19 de diciembre de 2012

Marimacho



Por Indira Carpio Olivo






Tengo 5 meses de embarazo. Vivo en Sabana Grande. El coctel de hormonas que me acompañan se despiertan, viven, respiran, caminan y se acuestan conmigo. Me ayudan. A veces me hunden.


En la Caracas de hoy, la violencia con la que nos movemos determina la supervivencia. Ese zigzagueo darwiniano me golpeó esta tarde.


Bajé al bulevar del consumo para tomar el metro y dirigirme a otro punto de la ciudad.


No había recorrido una cuadra desde el edificio en que habito, cuando un hombre que venía caminando de espaldas me tropezó.


Yo protejo la barriga y al bebé con mis brazos. Al pasarlo en la caminata me grita: “No ves por dónde caminas, maldita animal”.


Me volteo. Le contesto. Sobre todo no lo insulto, reclamo respeto.


El macho en cuestión se me encima para recordarme que es más fuerte que yo.


La molotov hormonal impulsó la bota de mi pie izquierdo a su entrepiernas.


Pero no soy zurda y me faltó más velocidad.


El falo con patas me tomó el pie y lo haló hacia su cuerpo para tumbarme.


Mi hermana, que estaba detrás de mi, alivió la caida.


Rápidamente, detuve el “cascazo” que se me venía encima. Mientras llovían sobre mí los insultos.


Traté de estortillarle mi puño derecho en el rostro, pero me detuvo el plástico que le cubría la cabeza.


En eso apareció una chica que acompañaba al caballero motorizado, para separarlo de mí.


El vernáculo se alejó, no sin antes gritarme: “¡Marimacho!”.


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Nadie hizo nada para quitar a aquel hombre de encima de una mujer embarazada, en pleno día de consumo navideño, en uno de los puntos neurálgicos del comercio capitalino.


Ninguno de los hombres que nos rodeaban dijo algo.


Las mujeres se tapaban la boca. El silencio era avergonzante.


Mi hermana me reclamó cautela y precaución con el embarazo. Nos miraban.


Para todas, para todos, la culpable fui yo.


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A estas horas, escribo en primera persona sobre la ferocidad de un sistema que se hace el ciego ante los embates de los machos contra las mujeres.


"Si te hubiese acompañado un hombre, eso no te sucede", me consuelan.

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